La conformación de alianzas, desde la óptica liberal, es considerada como efectiva para poder enlazar a los Estados mediante una cooperación efectiva basada un interés colectivo que conlleve ganancias absolutas para así evitar conflictos, agregando el respeto por el Derecho Internacional como un mecanismo de regulación conductual. Si bien es cierto, la conformación de alianzas (Que en su mayoría, son promovidas por los Estados más fuertes) ha servido para promover el desarrollo y consenso de los Estados en diversos ámbitos, pero no ha podido regular del todo las amenazas ni democratizar el sistema internacional. En ciertos casos, las alianzas son producidas por un efecto de conveniencia, que en palabras de Robert Schweller, han impulsando un bandwagoning for profit (Acomodamiento por beneficios) que tiende a culminar cuando los intereses ya no son los mismos entre las partes, creando incertidumbre debido a la nueva reconfiguración del sistema internacional. Dejando al balance de poder como un mecanismo que respondería a esta situación.
De esta manera, los Estados con mayor capacidad económica, política y militar, tienden a sobreponer sus intereses cuando estos son contrapuestos por alguna entidad o norma internacional. Es así que los Estados hegemones buscan consolidar su supervivencia mediante la manutención de su status quo o la configuración de un nuevo sistema (Imperialista en palabras de Hans Morgenthau), como por ejemplo, los acuerdos Bretton Woods a mitad del siglo XX.
Es importante relievar que los Estados en la teoría son iguales, pero en la práctica no lo son. La justificación igualitaria de los Estados, basada en el Derecho Internacional, nos brinda un marco que puede servir para aplicarlos en los organismos multilaterales en donde el interés es compartido por las partes. La diferencia de intereses entre los Estados puede resultar en un acomodamiento del status quo. Este es el caso de los Estados Unidos dentro de la administración de Donald Trump, su política de America First promueve la vuelta al realismo clásico basado en el interés nacional como primer motor de su política exterior.
Dentro del juego internacional, el balance de poder es considerado perjudicial para muchos actores, ya que el cambio del status quo sería dejar una puerta abierta para nuevos procesos que generarían nuevos planteamientos dentro de los marcos establecidos por las potencias; por lo cual, los Estados buscan maximizar su individualidad mediante la maximización de su poder (dimensional). Por lo tanto, el balance de poder diádico consiste en el nivel de independencia que un Estado posee frente al sistema internacional. En otras palabras, el Estado que posee mayor capacidad dentro de sus dimensiones de poder (económica, militar, política, entre otras) tiene menos dependencia y necesidad de conformar de alianzas o bandwagoning (Caso Estados Unidos). Por el otro lado, lo contrario sucede con Estados menos poderosos, pues tenderán a generar más alianzas y alinearse a un Estado hegemón (Caso países latinoamericanos, africanos y asiáticos).
En la actualidad, países como China y Rusia se encuentran en un punto medio dentro de este tipo de balance de poder. Sus dimensiones relativamente bajas frente a las de Estados Unidos, es por eso que la consolidación de su hegemonía se da en una dimensión específica, por lo que aún recurren a alianzas estratégicas para poder hacer frente al Estado hegemón. Los expertos consideran que aún nos encontramos en la transición a un nuevo sistema internacional, con lo cual es difícil poder afirmar que la estructura de poder actual es de un sistema unipolar liderado por los Estados Unidos, ya que existen actores que se perfilan como líderes en las áreas en donde el gobierno estadounidense ya no actúa, como es el caso del libre mercado en el área del Pacífico. El balance de poder es una necesidad imperante que los Estados tendrán que evaluar y formular conforme el escenario se vaya consolidando.